Translate

miércoles, 19 de marzo de 2014

No confies en Idina Menzel

Esta entrada empieza con muchos "no hay"s. Para empezar, no hay disculpa cutre y apresurada por los meses que han transcurrido desde el último post. No nos engañemos, tú, seguidor/a de este blog (¿existes?) no eres un Sherlockian esperando y desesperando por una nueva temporada. No hay, tampoco, un nuevo fragmento de "La vida de Elisa", de esos que siempre prometo pero que apenas relato; porque siguiendo con esa política de no autoengaño, tampoco eres una Directioner esperando que que te cante –o te cuente– the story of my life. No hay estilo cuidado ni guiños. Por último, hoy no hay conclusión feliz, porque ahora mismo no sé cuál podría ser, aunque tal vez las palabras me guíen hacia ella. Supongo que esa es la magia de las letras a las que todos los eruditos hipsters hacen referencia de vez en cuando. 

¿Qué hay, entonces? Solo una chica, que no es Elisa, que es mi yo de verdad. Una chica que ha vuelto aquí retomando la intención con la que llegó la primera vez: encontrar a su "querido amigo", acudir a él (a ti) en busca de ayuda, de consuelo, o de su mera presencia como alguien que escucha sin juzgar, maravillosamente ajeno a las circunstancias. 

La he cagado. Es la forma más rápida de explicarlo. No ha sido el error de mi vida, no he matado a nadie, hay cosas peores en el mundo que lo he ha pasado. Pero eso no hace que el error sea menor. ¿Qué ha sucedido exactamente? Bien, los detalles no importan. Lo que importa es que he hecho daño a alguien. A una buena persona. Y podría haberlo evitado con solo pensar un poco más. Ese ha sido siempre mi estilo (al menos para lo importante): pensar y después actuar. Pero esta vez me dije: "lánzate, no pienses en las consecuencias. Eres joven. Estás en edad de arriesgarte. Cambia el "¿y si sale mal?" por el "¿y si sale bien?"," y todas esos clichés de novela juvenil realista patatera y tópica. 

Así que pensé: "¿qué diablos?", y como si fuera la mismísima Idina Menzel, me lancé de lleno a la política del Let it go! Let it go! ¿Y qué pasó? Pasó lo que habría deducido sin dificultad sin pensar en las consecuencias no hubiese sido tan incómodo. Pasó que me equivoqué, y pasó que en mi equívoco probablemente le hice daño a otra persona. ¿Mucho, poco? Quién sabe. Pero por mínimo que fuera, lo podría haber evitado si no hubiera querido convertirme en un cliché a lo Lizzie-vive-la-vida con patas. 

En realidad supongo que esa persona me ha perdonado. Pero, ¿de qué sirve el perdón de los demás si no puedes perdonarte a ti mismo? Pues yo no puedo.

"Todos cometen errores", me dirás, y tienes razón. "Seguro que tampoco fue para tanto", continuarás, si te sientes parlanchín (aunque no eres muy dado a comentar, EJEM EL CAJÓN DE COMENTARIOS ESTÁ AHÍ EJEM), y probablemente sea cierto. "No era tu intención hacer daño a nadie", podrías añadir, y sería verdad. Son los argumentos que yo misma utilizaría para consolar a alguien en mi situación, y todos ellos son válidos. Una lástima que la culpa, como el amor, no responda a criterios racionales. De hecho, si lo hiciera, todo este asunto nunca habría llegado a ser un problema.

Pero así son las cosas y así soy yo, una melodramática ocasional a la que pronto se le olvida toda su filosofía flower-power. 

En fin, [inserta aquí un final ingenioso].