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lunes, 27 de mayo de 2013

Sobre la discriminación musical, la fama y los sueños

Como ya anuncié el otro día en twitter para mi increíblemente alto número de followers, eeeeh... No. ¡estoy en el casting de La Voz!

Me llamaron el sábado cuando mientras estudiaba, y a punto estuve de no cogerlo. Envié el vídeo de la primera fase del casting hace casi un mes, así que en ese momento estaba pensado en cualquier cosa menos en La Voz. Pero al parecer ellos sí que estaban pensando en mí. La semana que viene tendré que viajar a Barcelona para presentarme al casting presencial.

No es la primera vez que me presento a un concurso de este tipo (de hecho, el año pasado ya lo intenté con la primera temporada de La Voz) pero hasta ahora nunca había tenido suerte. 

Desde el momento en que colgué empecé a fantasear. Supongo que no tardarás en darte cuenta tú mismo, pero el caso es que tengo algo así como el síndrome del cuento de la lechera. No puedo evitarlo. En ese momento no existían las dificultades, ni los miles de contrincantes; no existía nada. Imaginé que pasaba el casting, que llegaba al programa y que ganaba. Y entonces llegaron los discos, las ventas, y lo que siempre ha sido mi mayor sueño: los conciertos. 

Cuando no hay nadie en casa suelo encerrarme en mi habitación con la música a tope, cerrar los ojos y cantar a voz en grito. Olvido que delante de mí está mi cama o la ventana de mi cuarto. Bajo los párpados como si se tratase de un telón, y entonces aparece un auditorio frente a mí, repleto de gente que ha acudido a escucharme cantar. Eso es lo que yo quiero. Ni dinero ni fama, eso me da igual. Lo que verdaderamente deseo es ser capaz de hacer sentir a otras personas con mi música lo que mis cantantes favoritos me hacen sentir a mí. Porque la música es un lenguaje universal que te ayuda a contar lo que no te sientes capaz de confesar en voz alta, es una medicina que consigue sacarte una sonrisa cuando más lo necesitas. Puede recordarte a alguien hasta hacerte llorar, puede conseguir que te sientas comprendido cuando te creías solo, o simplemente animarte cuando necesitas desconectar. 

En definitiva, yo creo que la música consiste en transmitir un sentimiento, el que sea, el que cada cual necesite en cada momento. Por eso me parece tan estúpido que haya quien juzgue a otras personas por escuchar música "comercial", "infantil", o la mayor perla de todas: "mala". (Vaya, esto me suena a alguien). Cada uno es único, y sabe qué es lo que le consigue hacer sentir triste, alegre, reconfortado o lo que sea. En mi opinión, meterse con alguien por el tipo de música que le gusta tiene tan poco sentido como criticarle por la comida que prefiere. ¿Acaso conoces a alguien que vaya por ahí diciendo: "la buena comida son los platos como el tofu o el estofado de avestruz deconstruído. La tortilla de patata es demasiado mainstream, los que la prefieren son unos histéricos simples de mente estrecha"? ¿A que no? Y seguro que si lo conocieses pensarías que es un gilipollas. 

Yo no sé si mi música (la poca que he compuesto humildemente en mi casa y que nunca ha salido de aquí) será considerada mayoritariamente buena o mala. Lo que me importa es que consiga que la gente sienta algo. Que le ayude a encontrarse menos sola, a desahogarse, a reírse, a desconectar, a lo que sea. 

Sé que La Voz no va a catapultarme a la fama, ni siquiera si ganase el programa (y en realidad soy consciente de que eso no va a pasar). Pero por otra parte, todos los que han llegado a donde yo aspiro llegar han tenido que luchar por ello de alguna forma. De modo que, aunque sea difícil, la única certeza es que si no lo intento, no conseguiré nada. No todos los que han perseguido sus sueños los han alcanzado, pero todos los que los han alcanzado los han perseguido antes. 

martes, 21 de mayo de 2013

Lucas

Hoy he tenido un día terrible en la universidad. No es por nada en particular, de hecho, es algo que ya me sucedía en el instituto: el día en que te das cuenta de que los exámenes están a la vuelta de la esquina y de que, aunque te pongas a estudiar en ese mismo instante, probablemente no tengas tiempo. Es decir: agobio, agobio, agobio. 

Y sin embargo, en lugar de estudiar, aquí estoy. Contándote lo agobiada me encuentro por no tener tiempo suficiente para preparar mis exámenes. Paradojas de la vida. 

Para relajarme, y tal y como te prometí ayer, he decido presentarte a un nuevo personaje en esta historia. Digamos que, si yo fuese la reina de esta partida, Él sería el rey. Salvo por el pequeño detalle de que el rey y la reina suelen estar casados, y esas cosas. Ese detalle no entra mi analogía. 

Pero empecemos por el principio.

Él. Veamos. Él.

¿Y quién es Él?

Si al leer eso has cantado mentalmente "¿En qué lugar se enamoró de ti?", enhorabuena. Eres de los míos. Si no... bueno. Pero sigamos.

Como no puedo llamarle Él todo el rato, he decido buscarle un nombre provisional. En este blog y desde este instante, Él queda bautizado como... Lucas. Sí, creo que Lucas es apropiado.

Lucas es fuerte. Y alto. No es de esos chicos de espaldas cuadradas y la complexión propia de un muñeco de Lego. Es, simplemente eso: fuerte y alto. En la medida justa. O al menos justa para mí. 

Lleva el pelo negro más bien corto, aunque a la vez lo suficientemente largo como para que se le alborote un poco siempre que se pasa la mano por la cabeza; algo que hace todo el tiempo, por cierto.  Tiene la nariz aguileña y la línea de la mandíbula recta. 

Pero nada de eso importa. No en comparación con sus ojos. Los ojos de Lucas son oscuros, del color exacto del caramelo derretido, e igual de cálidos. Los ojos de Lucas son el tipo de ojos que hacen que los demás lloren de envidia. El tipo de ojos que no puedes dejar de mirar. El tipo de ojos que deseas que te miren.

Descrito así, Lucas suena como el típico chico inalcanzable de todas las novelas. En realidad no es para tanto, principalmente porque mi vida no es una novela: todo en ella es estrictamente real. Incluido Lucas. No es más que un chico normal al que muchos encuentran guapo, y otros tantos no. Como en todo, supongo que la belleza está en los ojos del que mira (y en este caso, también en los del que es mirado) y a ti no te queda más remedio que intentar ver a través de los míos. Y me temo que yo no puedo ser imparcial.

Pensarás que también es el prototipo de chico a) adorable o b)irresistible engreído. Pero no. Eso sí que no existe. Lucas se inclina más hacia la segunda opción, pero aun así, no deja de ser una mezcla de ambas, y de muchas otras cosas más. Como todos. Los personajes de todo ese tipo novelas no existen, porque son planos. El chico malo. La chica solitaria. La popular. La friki. La graciosa, el empollón, el amigo, el príncipe azul.

Nadie es así. Nadie es solo una cosa.

Yo creo que somos como un caleidoscopio. Somos lo que nos rodea, todo lo que hemos visto y vivido; descompuesto en mil fragmentos hasta formar una persona. Y esa persona está llena de matices que cambian constantemente dependiendo de hacia dónde esté mirando ese caleidoscopio, de las vueltas que se le dé o de la luz que haya en el momento concreto en que decidas mirar por él. Cada detalle es importante, aunque no seas consciente de que está ahí. Porque sí que ves la imagen completa, y no sería la misma si algo, por mínimo que fuera, cambiase.

Lucas también es un caleidoscopio. Es mil cosas a la vez, y yo no puedo conocer todas esas facetas suyas. Pero te contaré lo que sí sé.

Lucas es inteligente, aunque no le da especial importancia a los estudios. La estrictamente necesaria. Pero es bueno en otras muchas cosas. En el deporte, por ejemplo. O la guitarra. Es bueno, y lo sabe. Y le gusta que los demás lo sepan también. Y ser el mejor. Necesita ser el mejor.

Además, Lucas es el tipo de persona que te juzga por escuchar "pop comercial" o leer "libros para críos". Y cuando digo "te juzga", me incluyo en ese grupo. Pero he aprendido a que me den igual esas cosas. O casi.

La verdad es que es comprensible que mucha gente no le tenga especial simpatía. Puede ser bastante imbécil. Aunque cuando le conoces (o más bien, cuando te acostumbras) descubres que no es tan mal tío. Si lo fuese no me habría enamorado de él.

Porque no me digas que a estas alturas no sabías a qué venía todo esto.

Como ya te conté, Lucas es una de las razones principales de que exista este blog. No es que esté dedicado a él ni nada por el estilo. Aunque no lo parezca, tengo otras cosas en mi vida. Pero son cosas de las que puedo hablar. Lucas es mi secreto, más o menos. Para empezar, a mis amigos no les gusta que les hable de él. Marta estuvo colada por él hace cuatro años, cuando Adrián ya andaba detrás de ella. Ahora los dos están genial juntos, pero mi amigo siempre le ha guardado algo de rencor. Eso nos deja a Ana y a Nacho. A ellos Lucas les es es más bien indiferente, y como a la mayoría de personas que no le conocen, no les cae demasiado simpático. No es que le odien, como Harry Potter a Malfoy (eso es patrimonio exclusivo de Adrián), pero no es su tema de conversación preferido.

Tampoco es que mis amigos no sepan lo que pasa. No son tontos. Si lo fuesen, no serían mis amigos, al igual que Lucas no me gustaría si solo fuese un imbécil con ojos bonitos. No, todos ellos saben que me gusta Lucas, supongo. O lo sospechan. Simplemente no saben hasta qué punto.

A no ser que en mi vida actual pase algo digno de mención (cosa que dudo, a no ser que consideres como tal que se me gaste el subrayador verde, o algo así) supongo que seguiré contándote episodios pasados y medianamente relevantes de mi vida. Lo bueno es que creo que ya he terminado de presentarte a los protagonistas del blog, así que de ahora en adelante podré ir a lo que importa. Si te parece bien.

¿Te parece bien?

¡Manifiestate! Ahí abajo tienes un precioso cuadro para hacer comentarios. O puedes twittearme, o hacerme una pregunta en ask, o mandarme un e-Mail. Pero demuéstrame que no hablo sola, como mi vecina de arriba.

Ah, no. Ella habla con sus pájaros, no sola. Vale.

El caso: maniefiéstate.



lunes, 20 de mayo de 2013

Quién es quién aquí

Antes de empezar a contarte nada, supongo que lo apropiado es que conozcas a los protagonistas de esta historia. Empecemos por mí, ya que voy a estar presente en todas las escenas. No es egocentrismo ni nada parecido. Es solo que de momento no poseo el don de la ubicuidad. De momento. 

Hemos acordado que no me llamo Elisa, pero que tú puedes llamarme así. Al igual que mi nombre real, hay algunos datos que no voy a darte. Pero descuida, tendrás los suficientes. Para empezar, te diré que tengo 19 años. Eso significa que debería estar estudiando para mi segundo cuatrimestre en la universidad, pero aquí me tienes. Supongo que eso dice bastante de mí. Por darte otro detalle más, te diré que no creo en el horóscopo. Es algo típico en los tauros como yo. 

Para hacerte una imagen de cómo soy físicamente, puedes imaginarte a Emma Watson. 

¿Ya? Bien. 

Ahora, si lo que quieres es saber cómo soy de verdad, atento. Coge un cuerpo de chica normal y corriente. Un poco alta, pero no demasiado. Vístela, por el amor de Dios. Eso es. Ahora cubre su cabeza con una peluca azabache y rizada que le llegue por encima de los hombros. Los ojos son verde oscuro, y grandes, casi como la nariz. Los labios también son gruesos. Para darle el toque final, espolvorea una buena cantidad de pecas por toda la cara. En verano, se extienden tanto que casi parece que estoy morena, lo cual no podía ser menos cierto. 

¡Y ya está! Has creado una Elisa. 

Supongo que lo que escriba de ahora en adelante te dirá todo lo que necesites saber sobre mi personalidad. Pero por si quieres alguna migaja más, te voy a contar mis tres grandes aficiones: leer, escribir y la música: escucharla y cantarla. 

Lo sé, es un cliché casi tan grande como intentar describirse a uno mismo diciendo: "soy amigo de mis amigos". ¿Quién no es amigo de sus amigos? ¿Qué eres, su enemigo? 

Y hablando de amigos, yo tengo cuatro. Y adivinad qué: ¡soy amiga suya! (¿Ves lo estúpido que queda solo con formularlo de otra forma)? De pequeña, cuando me aburría, solía dibujarnos a los cinco en mis dedos, uno en cada yema. No sé qué gracia le veía, la verdad. Cosas de críos, supongo. 

Desde que hemos empezado la universidad nos vemos mucho menos. Pero es normal. No creo que nuestra amistad corra peligro, ni nada de eso, por mucho que a Marta le guste dramatizar al respecto. Marta es una de mis amigas, y, desde hace un año, sale con el integrante número dos de nuestro grupo: Adrián. Probablemente acabe contándote cómo acabaron juntos, es una historia muy bonita. De esas que te hacen volver a creer en el amor e inmediatamente después pensar: "Entonces, ¿por qué no me ha pasado nada parecido a mí?". 

La integrante número tres es mi mejor amiga, Ana. Ahora ha tenido que irse a estudiar a otra ciudad porque su carrera no estaba aquí. Está lo suficientemente cerca como para que pueda volver todos los fines de semana. En realidad, no la veo menos que a los demás. Pero sí que está lo suficientemente lejos como para notar la distancia cuando uno se para a pensarlo un día cualquiera de entre semana. 

El único de mis amigos cuyos horarios coinciden un poco con los míos es Nacho. A veces le veo por el campus, pero tampoco coincidimos demasiado. 

Tal vez más adelante te hable de sus pros y de sus contras (porque, aunque sean mis amigos, no significa que no los tengan). Pero este post está siendo ya demasiado largo.

Oh.

Y también está Él. ¿Cómo no? Es una de las razones principales de que exista este blog. Porque no puedo hablar de Él delante de mis amigos, o al menos no de lo que yo querría hablar. 

¿Cómo he podido olvidarme de Él? Es casi la primera vez que me pasa. ¡Qué despiste!

Tendré que dejarlo para más adelante. Desde luego, Él es una parte de mi historia que merece un post propio. ¡Y ni siquiera sé qué nombre puedo darle! Vaya, es una decisión importante. Déjame pensarlo.



¿Qué es esto?

¡Bienvenido! Si has llegado a parar aquí, te ruego te esperes un momento antes de largarte. Déjame que te explique. 

En un principio pensé en llamar a este blog "Elisa desahogada", o algo así. Pero luego me di cuenta de que podía atraer equívocamente a internautas en busca de porno casero o algo así, y no quería ser la responsable la decepción de tan selecto público. 

Pero el caso es que va de eso. De desahogarse, no de porno, digo. Hasta aquí, nada original, lo sé. Supongo en que la gracia reside en cómo nació este proyecto. Sigo sin captar tu atención, ¿no? Vamos, quédate un poco más. No se está tan mal.

El otro día terminé de leer Las ventajas de ser un marginado. De ahí surgió la idea de este blog. Porque hace poco pasó algo (tal vez más adelante te lo cuente, si eres bueno) y sentí ganas de desahogarme con alguien. Pero no sabía con quién. Porque era el tipo de cosa que no quieres contar a tu familia, y tampoco a tus amigos. Pero necesitas contársela a alguien. Ahí entra el asunto del libro. En Las ventajas de ser un marginado, Charlie envía cartas a un tal "querido amigo" -que en realidad no es amigo suyo- y le cuenta cómo le va la vida. Y eso le ayuda. Aunque el amigo nunca le conteste. Aunque probablemente a él (o ella) le dé igual lo que Charlie le cuenta. Y pensé: yo necesito alguien así. Alguien a quien poder contarle todo, porque no me conoce; no voy a cambiar la opinión que tiene de mí, porque no tiene ninguna. ¿Comprendes? Las ventajas de ser un marginado es un libro del año noventaitantos, y claro, ahora ya nadie envía cartas. Y, de todos modos, ¿para qué? Si busco un desconocido a quien contarle mi historia, ¿qué mejor forma que con un blog?

Así que ahí entras tú. No un "tú" retórico. , la persona que está al otro lado de esta pantalla. Si has llegado hasta aquí, enhorabuena y muchas gracias. Si no, espero que sepas que te estoy haciendo una peineta ahora mismo. Aunque, claro, ¿cómo lo vas a saber si ya te has ido? A lo que voy. Como he dicho, si hago esto es para contarte lo que me pasa. Pero no pienso limitarme a entrar aquí y vomitar en este bonito y diáfano espacio un par de reflexiones pesimistas sobre la mierda que es el amor y esas cosas. Las habrá, supongo, pero intentaré moderarlas. En cualquier caso, como premio a tu perspicacia, voy a tener que ofrecerte algo más.

¿Eso ha sonado a "Elisa desahogada", o solo me lo ha parecido a mí?

A lo que me refería es a que procuraré contarte mi historia de modo entretenido. Está bien, solo tengo una vida normal, supongo que, en general, se parecerá a la tuya. Pero siempre he creído que todo puede ser tan aburrido o tan emocionante como lo sea el modo de contarlo. Así que intentaré hacerlo lo mejor posible. Y te pondré al corriente de quién es quién, con todo el lujo de detalles que quieras. Para que no te pierdas. Aunque precisamente por eso, no puedo arriesgarme a dar nombres reales.

Así que pongamos que me llamo Elisa. 

Bienvenido a esta emocionante y anodina historia que es mi vida.